lunes, 23 de mayo de 2011

El ultraje nuevo del Imperio

Hace muchos años había un imperio tan aficionado a los ultrajes , que gastaba todas sus rentas en invadir a otros países sin la mínima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por sus ciudadanos, ni le gustaba salir de sus fronteras, a menos que fuera para efectuar ultrajes nuevos. Tenía un enemigo distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro imperio se decía: “El imperio está  atacando”.
Las ciudades del imperio eran muy alegres y bulliciosas. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron unos truhanes que se hacían pasar por economistas, asegurando que sabían tejer las más maravillosas teorías económicas. No solamente funcionaban maravillosamente, sino que poseían la milagrosa virtud de parecer cuestionables a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser teorías magníficas! -pensaron en el imperio-. Si las aplicáramos, podríamos averiguar qué funcionarios del mundo son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a elaborar el neoliberalismo-. Y mandó abonar a los pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un Fondo Monetario Internacional y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la mente. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedes más suntuosas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en las oficinas vacías hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la teoría»-, pensaron los jerarcas del Imperio. Pero había una cuestión que los tenía un tanto cohibidos, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría entender, o estaría en desacuerdo con lo que estaban proclamando. No es que temieran por sí mismos; sobre este punto estaban tranquilos; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otros, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes del mundo estaban informados de la particular virtud de aquellas teorías, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto sus líderes eran estúpidos o incapaces.
«Enviaremos a nuestros ministros a que visiten a los economistas del Fondo -pensó el Emperador-. Son hombres honrados y los más indicados para juzgar de las cualidades de la teoría, pues tienen talento, y no hay quien desempeñe los cargos como ellos».
Los astutos ministros se presentaron, pues, en la sala ocupada por los embaucadores del fondo, los cuales seguían trabajando en sus teorías vacías de contenido. «¡Dios nos ampare! -pensaron los ministros para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si esto es precisamente lo opuesto a lo que hacemos nosotros !». Sin embargo, no soltaron palabra.
Los teóricos fulleros les rogaron que se acercasen y le preguntaron si no encontraban magníficas las teorías económicas que imponían a los países periféricos y no tanto. Le señalaban la letra vacía, y los pobres hombres seguían con los ojos desencajados, pero sin estar de acuerdo con  nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensaron-. ¿Seremos tontos acaso? Jamás lo hubiéramos creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que seamos inútiles para el cargo? No, desde luego no podemos decir que no estamos de acuerdo con la teoría ».
-¿Qué? ¿No dicen Vuecencias nada del entramado teórico? -preguntó uno de los popes del FMI.
-¡Oh, ciencia pura, maravilla económica! -respondieron los viejos ministros mirando a través de los lentes-. ¡Qué resultados alentadores, que progreso universal! Desde luego, diremos a los jerarcas del imperio que nos ha impresionado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los directores del Fondo, dándole los nombres de las teorías y describiéndoles sus supuestos extraños efectos (la teoría del derrame, por ejemplo). Los viejos tuvieron buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas en el imperio; y así lo hicieron.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, ajustes y oro, ya que lo necesitaban para seguir dominando. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una moneda se empleó en solucionar los problemas económicos del mundo, y ellos continuaron, como antes, trabajando en sus teorías vacías.

Poco después el Imperio envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la teoría e informarse de si quedaría pronto implementada universalmente. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y pensó, pero como en la teoría no tenía sustento real, nada pudo opinar.
-¿Verdad que es una teoría superadora de todo lo anterior? -preguntaron las misiones del Fondo, señalando y explicando los maravillosos resultados que no existían.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la teoría que no funcionaba, y ponderó su entusiasmo por aquellos resultados..
-¡Es digno de admiración! -dijeron en el imperio.
Todos los moradores del imperio hablaban de los dictados del Fondo, tanto, que el Emperador quiso ver con sus propios ojos la aplicabilidad de sus máximas. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban ultrajando países con todas sus fuerzas, aunque sin ningún resultado.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los honrados dignatarios-. Fíjese en estas verdades y estos dibujos -y señalaban falaces estadísticas y rebuscadas interpretaciones, creyendo que los demás veían los brillantes resultados.
«¡Cómo! -penso el  Emperador -. ¡ no creo nada de esto! ¡Esto es terrible! ¿Serë tan tonto? ¿Acaso no sirvo para dirigir el Imperio? Sería espantoso».


Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué exitoso!-, y le aconsejaron que aplicase las recetas confeccionadas con aquella teoría en la crisis que iba a producirse próximamente. -¡Es exitosa, segurísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió crédito a cada uno de los bribones para que manejaran la burbuja, y los nombró asesores imperiales.
Durante toda el día que precedió a la noche de la fiesta neoliberal, los embaucadores estuvieron ocupados, 24 horas al día, para que la el mundo viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos dictados del Imperio. Simularon tener soluciones monetaristas, cortaron el gasto público con grandes tijeras y cosieron los bolsillos del estado de bienestar; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el planeta está listo!
El Imperio en compañía de sus estados súbditos (todos), y los truhanes del Fondo, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto es el fin de la historia. Ahí están los cadáveres de las ideologías. -Aquí tienen el neoliberalismo... Las fronteras son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada en el estómago, mas precisamente esto es lo bueno de la receta.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían ningún resultado, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitar las regulaciones al accionar de los mercados -dijeron los  bribones- para que el mundo entero sea su espejo?

Quitose el Imperio sus regulaciones  , y los del Fondo simularon encajar las diversas piezas de una teoría sin ton ni son, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Imperio (por la cintura), hicieron como si le acomodasen algo, la cola seguramente; y  en el Imperio fue todo dar vueltas ante el espejo.

-¡Dios, qué bien se endeuda, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya ataques y vaya invasiones ! ¡Es un ultraje precioso!
-La excusa que esgrimirá Vuestra Majestad durante la invasión, aguarda ya en los medios - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que creía en los dictados del Fondo.

Los servicios de la CIA encargados de sostener la mentira bajaron las defensas de los estados del mundo, para imponerlas, y avanzaron con ademán de tener una teoría irrefutable; por nada del mundo hubieran confesado que no creían nada. Y de este modo echó a andar el Imperio bajo el magnífico estandarte neoliberal, mientras el mundo, desde las universidades, las consultoras y los medios, decía:
-¡Qué maravilla las políticas económicas que nos impone el Imperio! ¡Qué magnífica globalización! ¡Qué hermoso es todo el mundo neoliberal!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada entendían, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún ultraje del Imperio había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si nos está dejando en bolas! -exclamó de pronto un pibe joven en Argentina, mientras blandía una cacerola.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la Argentina! -dijo un chaval español mientras marchaba hacia el sol; y todo el mundo se fue repitiendo a través de los blogs, el Facebook y el twitter lo que acababa de decir el joven.
-¡Nos está dejando en pelotas; es un joven el que dice que nos está dejando en pelotas!
-¡Pero si nos está dejando en pelotas! -gritó, al fin, el mundo entero.
Aquello inquietó al Imperio, pues barruntaba que el mundo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes ultrajando, invadiendo y matando a diestra y siniestra; y los asesores continuaron sosteniendo con dinero público la inexistente economía de los bancos corruptos. 

Como verán los clásicos son inmortales. Esto es nada mas que una adaptación palabra por palabra del cuento de Hans Christian Andersen (Dinamarca 1805-1875) "El traje nuevo del emperador". De la vigencia del mismo creo que no cabe duda.

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